Desde fines de agosto empiezan las múltiples y escalonadas
cosechas anuales para el mercado –ajo, zanahoria, tomates, aceitunas, peras,
nueces… y sobre todo la vendimia de la uva – y la población boliviana aumenta
quizá en un tercio. Son los “braceros” o trabajadores “golondrinas” que van
pasando de un lugar a otro .Ellos dicen que vienen “a cosechar plata”; trabajan
muy duro y gastan lo mínimo para poder retornar a sus pagos con dinero.
El cambio de moneda para los golondrinas es una tentación
muy grande, ya que un peso argentino, que ganan trabajando a destajo en este
país, equivale a tres bolivianos, y el dinero que juntan durante los meses que
dura su travesía por Argentina les permite luego pasar parte del otoño e
invierno boliviano dignamente. Además de conseguir un trabajo que les permita
juntar algo de dinero, hay que admitir que muchos tienen la ilusión de poder
afincarse por estas latitudes, lejos de sus raíces pero con posibilidades
económicas más ciertas que las que tienen en su patria.

A los migrantes temporales, llenos de historias dramáticas
de abusos, engaños, enfermedades e inseguridades, se añade ahora mucha gente ya
residente, que se va abriendo paso poco a poco tanto en esos trabajos
temporales como en el comercio, la construcción y hasta empresas; e incluso los
nacidos en Mendoza –ciudad y campo– y con nacionalidad argentina pero, en
muchos casos, sin dejar de sentirse también bolivianos.
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