21 de noviembre de 2012

Trabajo golondrina en Mendoza



Desde fines de agosto empiezan las múltiples y escalonadas cosechas anuales para el mercado –ajo, zanahoria, tomates, aceitunas, peras, nueces… y sobre todo la vendimia de la uva – y la población boliviana aumenta quizá en un tercio. Son los “braceros” o trabajadores “golondrinas” que van pasando de un lugar a otro .Ellos dicen que vienen “a cosechar plata”; trabajan muy duro y gastan lo mínimo para poder retornar a sus pagos con dinero.
 Una vez en territorio argentino, muchos trabajan en Jujuy en la papa y el tomate, en Salta en la zafra, luego bajan hasta Tucumán, para la cosecha de la caña de azúcar y de ahí se desprenden hasta la región cuyana. Pocos son los que se quedan en San Juan a cosechar vid, pues en Mendoza la oferta laboral es mucho más amplia. El arribo a la provincia se produce por la Terminal del Sol. De allí, todos los bolivianos saben que tienen que ir a un punto en común, pensiones (ver aparte), en las que se van a alojar temporalmente, hasta que se los lleven a las plantaciones. Terminada la cosecha no todos se quedan en la provincia y en el país, salvo que haya algún pariente asentado y puedan conseguir un trabajo más o menos estable, de lo contrario, regresan a su país de origen, en el que sobreviven con lo ahorrado.
 El cambio de moneda para los golondrinas es una tentación muy grande, ya que un peso argentino, que ganan trabajando a destajo en este país, equivale a tres bolivianos, y el dinero que juntan durante los meses que dura su travesía por Argentina les permite luego pasar parte del otoño e invierno boliviano dignamente. Además de conseguir un trabajo que les permita juntar algo de dinero, hay que admitir que muchos tienen la ilusión de poder afincarse por estas latitudes, lejos de sus raíces pero con posibilidades económicas más ciertas que las que tienen en su patria.
 Mendoza va ganando en importancia. Según los censos – que ignoran a muchos ilegales y argentino-chilenos – hasta 1980 los bolivianos ocupaban todavía el cuarto lugar entre los extranjeros de la provincia, superados incluso por los españoles e italianos, que habían desarrollado allí la viña y el vino. Pero a partir de 1991 ya eran los segundos, detrás de los chilenos que colindan con Mendoza, y en 2001 quedaban ya apenas un 1% por debajo de éstos.
 A los migrantes temporales, llenos de historias dramáticas de abusos, engaños, enfermedades e inseguridades, se añade ahora mucha gente ya residente, que se va abriendo paso poco a poco tanto en esos trabajos temporales como en el comercio, la construcción y hasta empresas; e incluso los nacidos en Mendoza –ciudad y campo– y con nacionalidad argentina pero, en muchos casos, sin dejar de sentirse también bolivianos.

Carla Corvalán


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