Desde fines de agosto empiezan las múltiples y escalonadas
cosechas anuales para el mercado –ajo, zanahoria, tomates, aceitunas, peras,
nueces… y sobre todo la vendimia de la uva – y la población boliviana aumenta
quizá en un tercio. Son los “braceros” o trabajadores “golondrinas” que van
pasando de un lugar a otro .Ellos dicen que vienen “a cosechar plata”; trabajan
muy duro y gastan lo mínimo para poder retornar a sus pagos con dinero.
Una vez en territorio argentino, muchos trabajan en Jujuy en
la papa y el tomate, en Salta en la zafra, luego bajan hasta Tucumán, para la
cosecha de la caña de azúcar y de ahí se desprenden hasta la región cuyana.
Pocos son los que se quedan en San Juan a cosechar vid, pues en Mendoza la
oferta laboral es mucho más amplia. El arribo a la provincia se produce por la
Terminal del Sol. De allí, todos los bolivianos saben que tienen que ir a un
punto en común, pensiones (ver aparte), en las que se van a alojar
temporalmente, hasta que se los lleven a las plantaciones. Terminada la cosecha
no todos se quedan en la provincia y en el país, salvo que haya algún pariente
asentado y puedan conseguir un trabajo más o menos estable, de lo contrario,
regresan a su país de origen, en el que sobreviven con lo ahorrado.
El cambio de moneda para los golondrinas es una tentación
muy grande, ya que un peso argentino, que ganan trabajando a destajo en este
país, equivale a tres bolivianos, y el dinero que juntan durante los meses que
dura su travesía por Argentina les permite luego pasar parte del otoño e
invierno boliviano dignamente. Además de conseguir un trabajo que les permita
juntar algo de dinero, hay que admitir que muchos tienen la ilusión de poder
afincarse por estas latitudes, lejos de sus raíces pero con posibilidades
económicas más ciertas que las que tienen en su patria.
Mendoza va ganando en importancia. Según los censos – que
ignoran a muchos ilegales y argentino-chilenos – hasta 1980 los bolivianos
ocupaban todavía el cuarto lugar entre los extranjeros de la provincia,
superados incluso por los españoles e italianos, que habían desarrollado allí
la viña y el vino. Pero a partir de 1991 ya eran los segundos, detrás de los
chilenos que colindan con Mendoza, y en 2001 quedaban ya apenas un 1% por
debajo de éstos.
A los migrantes temporales, llenos de historias dramáticas
de abusos, engaños, enfermedades e inseguridades, se añade ahora mucha gente ya
residente, que se va abriendo paso poco a poco tanto en esos trabajos
temporales como en el comercio, la construcción y hasta empresas; e incluso los
nacidos en Mendoza –ciudad y campo– y con nacionalidad argentina pero, en
muchos casos, sin dejar de sentirse también bolivianos.
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