La vid no es paradójicamente muy bebedora; sin embargo necesita la cantidad justa de agua. La historia del agua se remonta en Mendoza a la época prehispánica, cuando los Huarpes establecieron un sistema de distribución del agua que bajaba de la cordillera como fruto del deshielo, que fue respetado por los españoles. Destacamos que el clima seco y la escasez de lluvias en Mendoza hacen imprescindible el riego, que está vedado en otras partes del mundo, a fin de no interferir en los factores naturales del crecimiento de las vides. El agua utilizada, ya sea que provenga de ríos superficiales o profundos, siempre se origina en el deshielo de las nieves andinas, y se canaliza dejando que ella corra libremente por el terreno aprovechando las pendientes naturales que, claro está, tienen que ser convenientemente niveladas para que no se acumule agua en los bajos.

Cuando las aguas se canalizan en la zona más llana, después de pasar por los diques reguladores, comienza a organizarse una red distributiva de particular ingenio que permite llegar al viñedo a través de innumerables caminos que forman un complejo entramado. De los grandes canales nacen las llamadas "hijuelas", que son las vías maestras de la distribución. A su vez de ellas nacen los "surcos" (llamados " acequias" en las zonas urbanas) que son los que finalmente irrigan el viñedo (los árboles y plazas en las ciudades).
Claro que el agua es un bien escaso, por lo cual existe una reglamentación del "derecho de riego" que corresponde a cada viñedo. Es indudable que la generación del agua es un don de la naturaleza, pero sin la mano del hombre que la distribuye con tanta sensatez y equidad no sería fructífera.
Araceli Soloa