El clima seco y los inviernos fríos benefician al desarrollo de la vid, y en los veranos, pese al calor, la altura donde se sitúan los cultivos favorece su calidad para la elaboración de vinos, valorados internacionalmente.
En la franja de los Andes como en el territorio desértico, durante el año puede apreciarse un gran calor durante el día y mucho frío por la noche. El Zonda es un viento cordillerano agudo y particular de esta región, que se ocasiona especialmente en invierno.
La Cordillera de los Andes influencia de manera decisiva el clima de buena parte del territorio argentino y principalmente de su zona vitivinícola. El cordón montañoso, determina que las masas de aire húmedo provenientes del océano Pacífico descarguen su humedad sobre territorio chileno y si penetran en nuestro país, el aire es seco y caliente, como es el caso del viento Zonda.
Uva marchita por el clima caliente. |
En climas calientes, las cualidades aromáticas de las uvas pierden delicadeza y riqueza y los demás constituyentes del fruto no están muy bien balanceados y por eso, los vinos de mesa resultantes, no pueden compararse con los mejores vinos de regiones más frías.
Para su mejor desarrollo la uva vinífera necesita veranos largos, desde tibios hasta calientes secos e inviernos frescos. El desarrollo no se adapta a veranos húmedos, debido a la susceptibilidad de la vid a ciertas enfermedades criptogámicas y a las plagas de insectos que florecen bajo condiciones bajo condiciones de humedad. La vid tampoco resistiría frío intenso de invierno. La lluvia es conveniente durante el invierno, pero su falta puede compensarse por medio del riego.
Los siglos de experiencia e investigación de los cosecheros y enólogos, han establecido en forma definitiva el efecto del clima sobre las uvas para vino. El clima influye sobre en las velocidades de variación de los constituyentes durante el desarrollo del fruto y en la composición de éste al madurar. Un tiempo moderadamente frío con el cual la maduración se efectúa lentamente, es favorable para la producción de vinos de mesa secos, de calidad. El tiempo frío apoya un alto grado de acidez, un bajo pH y un buen color, y en muchas variedades de vinos de mesa, le da al fruto maduro el desarrollo óptimo de los de los constituyentes del aroma y el sabor precursores del bouquet y de las sustancias que dan sabor a los vinos.
Sin embargo las precipitaciones invernales en la Cordillera son importantes como reserva de agua. La humedad relativa es baja, lo que sumado a la escasa precipitación, constituye una condición excepcional para la calidad y el estado sanitario de las uvas, evitando el desarrollo de enfermedades criptogámicas. Los productos vitivinícolas argentinos son naturales y libres de residuos de pesticidas. Las temperaturas apropiadas y una gran heliofanía durante todo el año permiten que las distintas variedades de vid cultivadas puedan completar perfectamente su ciclo vegetativo, alcanzando sus frutos madurez industrial y niveles de calidad óptimos. Dado que la vid es una especie criófila, las temperaturas invernales bajo cero resultan muy convenientes para su reposo vegetativo. La ocurrencia de heladas tardías o tempranas es un factor climático limitante en determinadas regiones.
Otro factor adverso a la vitivinicultura lo constituyen las tormentas de granizo, que en algunas localidades producen la pérdida de parte de las cosechas.
Los suelos, en general, son de gran aptitud para el cultivo de la vid. Dada la extensión de la zona vitivinícola argentina, presentan diversas características, desde arenosos a arcillosos, con predominio de los suelos sueltos y profundos. Edafológicamente jóvenes, de origen aluvional (aluvial -coluvial), formados por el arrastre de material por el agua de los ríos, por la acción del viento y por los derrubios coluviales de las formaciones montañosas. Son suelos de reacción alcalina, ricos en calcio y potasio y pobres en materia orgánica, nitrógeno total y fósforo. Los valores de pH son por lo general próximos a 8. Las escasas precipitaciones obligan a que los viñedos se desarrollen irrigados por una compleja red de canales que distribuyen el agua proveniente de los deshielos cordilleranos que forman ríos de régimen irregular, cuyas crecidas estivales son captadas y almacenadas por medio de embalses y otras obras hidráulicas. Al aprovechamiento del agua superficial debe añadirse la captación de agua subterránea. La irrigación artificial permite que la provisión de agua al viñedo pueda efectuarse en los volúmenes y épocas más apropiadas, conforme al estado vegetativo de las vides y a la calidad que se busca obtener.
Carla Corvalán